Comellas, Suárez: ocaso de la era isabelina, causas de la revolución de 1868
"El ocaso de la era isabelina
Durante los últimos años del reinado de Isabel II se turnan en el poder los moderados y la Unión Liberal (unionistas). No había pleno acuerdo entre ellos pero ya no se peleaban. Sin embargo, las ideas de los moderados estaban ya gastadas, atrasadas, y las de los unionistas eran muy pocas. Por otra parte, el turno entre estos dos partidos dejaba fuera de juego al tercero de ellos, el progresista, que ya no volvió a alcanzar el poder. Con ello los progresistas pasaron de ser enemigos del gobierno a enemigos del sistema. A última hora, Isabel II trató de atraérselos, pero ya era tarde. Los progresistas no querían participar en el régimen, sino derribar al régimen. Por otra parte, cobrara importancia un cuarto partido, el demócrata. Los demócratas, con ideas más modernas que los liberales, predicaban el sufragio universal y los derechos humanos. La mayoría eran republicanos. Pero por su carácter muy intelectual no llegaron profundamente al pueblo, o lo que el pueblo entendió de su doctrina era que había que hacer la revolución. Sin embargo, los demócratas tenían una ideología, que era lo que faltaba cada vez más a los partidos liberales.
El hecho de que gran parte del pueblo fuese en 1866-1868 partidario de una revolución es la consecuencia de una transformación muy grande en la mentalidad de la gente sencilla, que era a su vez la más numerosa. En 1835, los españoles de clases modestas eran preponderantemente carlistas, porque veían en el carlismo la mejor garantía de sus valores tradicionales, de su fe religiosa y de su devoción monárquica. Hacia 1870, las desamortizaciones, que habían quitado poder a la Iglesia, la falta de instrucción religiosa, los abusos de los nuevos propietarios, que cobraban más rentas o convertían a los colonos en jornaleros y a los artesanos en obreros, provocaron esta espectacular retroconversión: muchos de los españoles de las clases modestas eran ya revolucionarios de izquierdas. Es un hecho que habría de tener inmensa importancia en lo sucesivo.
En 1866 se produjo una grave crisis económica, que afectó a gran parte de Europa, y España también la sufrió. Su origen fue de tipo financiero: había gran facilidad para los créditos, y se fundaban muchas empresas, algunas con esa falta de previsión tan propia del temperamento romántico. Privaba la fiebre de los ferrocarriles [...] Quebraron varias compañías ferroviarias, y muchos bancos, que les habían prestado dinero, quebraron también. Entonces, las industrias que fabricaban material para los ferrocarriles se encontraron casi sin pedidos, y muchas tuvieron que cerrar. Y, naturalmente, sin industrias que reclamaran materias primas (carbón y hierro) las minas se vieron también en la ruina. El cierre de empresas engendró paro. Fue un fenómeno en cadena, la quiebra de unos arrastró la de otros. Y, encima, el paro generaba un gran malestar social.
[...] La Bolsa de Barcelona se hundió. Y hubo familias que de pronto se vieron en la ruina. A ello se unió en 1868 una pésima cosecha que hizo subir disparatadamente los precios. Los trabajadores se encontraron en graves dificultades para adquirir alimentos precisamente cuando habían sido lanzados al paro, o les habían rebajado los salarios. Y por su parte, los empresarios, los ahorradores, los empleados, se veían en grandes dificultades. Se explica que si en 1866 el descontento era ya grande, en 1868 se generalizó.
Ya en 1866 se había firmado el convenio de Ostende entre demócratas y progresistas sobre la base de destronar a Isabel II, convocar elecciones por sufragio universal, reunir Cortes constituyentes y atenerse a lo que acordasen aquellas Cortes. En 1868, en vista de lo malo de las circunstancias y de que Isabel II se apoyaba en los moderados, los unionistas se adhirieron también el Pacto de Ostende. Isabel II, que entendía muy poco de política, pero que era una mujer campechana y simpática, gozaba aún de grandes simpatías populares. Pero por otra parte, eran muchos los que veían en una revolución general el remedio de los males que angustiaban al país".
José Luis Comellas, Luis Suárez, Historia de los españoles, Barcelona, Ariel, 2003, pp. 233-234.
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