Aranguren: moral social y economía en la Ilustración

 "La moral, la nueva moral vivida en el siglo XVIII, se tiñe de economía, se hace economicista; y también, viceversa, la economía se torna moralista. [...] La ética intramundana de la Ilustración sigue siendo, conforme a toda la tradición prekantiana, ética de la felicidad. Pero la felicidad que constituye para ella el bien supremo es la felicidad intramundana [...] ¿Cuáles son los bienes conducentes a esta felicidad? Por una parte, la prosperidad o mejoramiento de la fortuna a riqueza entendida dinámicamente como enriquecimiento. Por otra parte, la libertad. Libertad que, aparte del pensamiento, al principio, durante la ilustración -y especialmente la Ilustración española tan moderada- es sólo interpretada económicamente (libertad frente a monopolios, privilegios concesiones, gremios, etc, libertad de dedicarse cada cual a la clase de trabajo o industria que le acomode); pero que después será demandada también en el plano político. [...]

   Pero ahora se cae en la cuenta de que la verdadera riqueza no es la improductividad tesaurizada por el Estado, sino la producida y capitalizada por la sociedad que, según la concepción sumamente individualista de la época, no es sino la suma de los individuos. Riqueza de las naciones, pues, como titula su libro Adam Smith, y no riqueza del Estado. [...] Ahora bien, la fuente de la riqueza es el trabajo. La riqueza no consiste en los metales preciosos, como en el plano de la teoría habían pensado los mercantilistas [...] Ni tampoco consiste en la tierra -como pensaban los fisiócratas-; la tierra únicamente se convierte en riqueza cuando a ella se aplica el trabajo. La riqueza, pues, consiste esencialmente en trabajo. De tal modo que la propiedad -expresión de la riqueza- no es ni debe ser sino la materialización o condensación, la objetivación del trabajo. El optimismo de la Ilustración reaparece aquí: la propiedad es, debe ser, el fruto natural del trabajo. El hombre virtuoso y, por lo tanto, trabajador, no malgasta lo ganado; ahorra para adquirir propiedad y hacerla más y más productiva. [...]

    De aquí surge una curiosa identificación y subsiguiente discriminación, que habrían de ser institucionalizadas en el régimen censitario del siglo XIX: la identificación del hombre virtuoso -laborioso, sobrio y ahorrativo- con le propietario enriquecido mediante su esfuerzo; y la discriminación entre este tipo de hombre y los demás, los que por arriba componen las <<clases inútiles>> y los que por abajo son demasiado vagos o despilfarradores, en definitiva viciosos, para poder convertirse en propietarios. [...] Por eso solamente los trabajadores-propietarios pueden ser considerados como ciudadanos à part entiere, ciudadanos acreditados como tales, realmente interesados en esa gran empresa que, desde Locke, comienza a verse como constitutiva de la sociedad o <<asociación>> nacional. [...]

   De esta concepción moral, utilitaria ya antes de la doctrina del utilitarismo, arranca la distinción, tan importante en la época, entre clases útiles y clases inútiles. [...]

   La palabra <<Ilustración>> expresa bien una de las notas fundamentales de esta forma de vida: su moralismo pedagógico. Los ilustrados estaban convencidos de que el hombre solamente por ignorancia -ignorancia de sus verdaderos intereses- es malo. La Ilustración tenía que ser vivida como una verdadera tarea pedagógico-moral. Pero a la vez también en función de la otra dimensión fundamental de esta forma de vida: la económica. Por eso mismo la ilustración concreta que importa fomentar es la consistente en saberes útiles. [...] Las ideas de Jovellanos sobre la enseñanza, su lucha contra las viejas universidades y el monopolio eclesiástico de los colegios mayores, su Real Instituto Asturiano, fundado en Gijón para formar pilotos náuticos y mineros: y al lado de estas actividades de Jovellanos, las Sociedades Económicas de Amigos del País, el Real Seminario Patriótico Vascongado de Vergara, los Reales Estudios de San Isidro, la Escuela de Ingenieros de Caminos y tantas otras instituciones más muestran la clara conciencia de una Ilustración al servicio, como diríamos hoy, del desarrollo económico. [...]

   Evidentemente, el supuesto fundamental de esta mentalidad económicamente emprendedora y de esta economía de mercado y expansión es el liberalismo económico que los ilustrados, al menos la fracción dominante de los ilustrados, propugnó con decisión. Más la Ilustración constituyó una forma de vida de transición entre el antiguo y el nuevo Régimen: abrazó con entusiasmo la causa de la libertad económica, pero retrocedió ante la de la libertad política por considerar al pueblo, todavía, como menor de edad. Esta inconsecuencia -denunciada por los hombre de las Cortes de Cádiz- hizo que el tipo del ilustrado fuese muy diferente aún del demócrata e incluso del liberal: el ilustrado creía en la necesidad de una reforma, pero estaba convencido de que esta reforma había de ser realizada desde arriba, por el Poder Civil constituido en Despotismo ilustrado y asesorado por la minoría que la Ilustración constituía. [...] Este apego al Poder Civil encarnado en el Rey no obedeció únicamente al talante conservador de los ilustrados españoles, sino también a la convicción de que sólo él podía enfrentarse con éxito, como a su juicio era necesario hacerlo, al Poder eclesiástico. La obra de la secularización, tan retrasada en España, la desamortización, la lucha contra la superstición, la constitución de una instrucción seglar y moderna, la desaparición gradual de la Inquisición y, en fin, la supremacía del Poder Civil en todas las cuestiones temporales; todo esto sin cisma ni revolución, solamente la Monarquía tradicional podía lograrlo con la ayuda de una burguesía ilustrada cada vez más extendida.

   El esfuerzo de los ilustrados españoles fue tan laudable como, en el fondo, dramático: en una carrera contra el reloj, pues la Revolución francesa y con ella la explosión de una forma política completamente nueva, era ya inminente, tenían que reformar pedagógicamente de raíz la mentalidad española y las actitudes hispánicas ante la vida, quebrantar el clericalismo, formar una burguesía casi totalmente inexistente y alumbrar las fuentes de prosperidad de la nación. Es decir, habían de realizar, en dos o tres decenios, lo que otros países se habían tomado un par de siglos, cuando menos, para llevar a cabo". 

José Luis L. Aranguren, Moral y sociedad. La moral española en el siglo XIX, Madrid, Taurus, 1982 (1ª ed. 1966). 

Estas citas resumen el capítulo II, "La moral vivida de la Ilustración" (pp. 12-21). 

Se cita el libro de Julián Marías, La España posible en tiempos de Carlos III, Madrid, Sociedad de Estudios y Publicaciones, 1963.



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