Tuñón de Lara: El Antiguo Régimen en vísperas de la Guerra de Independencia
"Era España, a comienzos del siglo XIX, un país que vivía dentro de los moldes de lo que se ha llamado <<viejo régimen>>, o sea, un país eminentemente agrario dominado por la gran propiedad rústica y los señoríos, en que la nobleza y la Iglesia detentaban la mayoría de las fuentes de riqueza. [...]
Los vestigios feudales eran tan acusados que, en multitud de casos, la propiedad
de las tierras llevaba aparejada la potestad sobre los habitantes de pueblos y
tierras. [...] Los núcleos de población estaban divididos así: ciudades, 124 de
realengo y 21 de señorío; villas, 1.703 de realengo y 3.013 de señorío;
pueblos, granjas, cotos y despoblados, 13.309 de señorío y 11.921 de realengo; lugares,
7.856 de realengo, 4.150 de señorío secular y 2.868 de señorío eclesiástico.
En los campos
existían verdaderas relaciones de vasallaje. En las tierras de señorío los
nobles tenían derecho a nombrar corregidores, alcaldes mayores, justicia,
bailíos, regidores y demás funcionarios municipales. Había lugares, como Baza, en
que los señores aún eran denominados de <horca y cuchillo>>. Éstos
gozaban del monopolio de hornos, molinos, caza, pesca, aprovechamientos de
montes y aguas; percibían tributos y servicios como el laudemio, el 10 por
ciento de las ventas de inmuebles, un porcentaje sobre las recolecciones,
tributos de siega y vendimia y derecho de tránsito de los ganados.
El régimen de
mayorazgos (que hacía transmitir la propiedad al primogénito de cada familia)
reforzaba la concentración de la propiedad agraria. […] En regiones como
Galicia, los foros absorbían hasta el 75 por ciento del producto de las
tierras. […]
Únase a eso
el régimen de aduanas interiores, la multiplicidad de impuestos directos, la
pluralidad de moneda en curso, etcétera, para formarse idea de cuánto distaba
España de las fronteras de la Edad Moderna.
[…] En esa
España reinaba Carlos IV, gobernaba su valido (o más bien el de la reina María
Luisa) Manuel Godoy, y conspiraba su hijo Fernando, apoyado por su preceptor
Escoiquiz y algunos nobles como el duque del Infantado.
El sistema
borbónico de centralización de la administración, con sus intendentes y
corregidores, no había quebrantado, sino más bien consolidado el régimen de
fragmentación medieval de las regiones.
En torno a la
Corte pululaba la alta nobleza de los grandes propietarios de la tierra: los duques
de Alba, de Osuna, del Infantado, de Medinaceli, de San Carlos, etc. (119
grandes de España y 535 títulos de Castilla).
Godoy,
después de haber hecho una guerra impopular y salpicada de fracasos al gobierno
de la Revolución Francesa, se alió a napoleón por el Tratado de San Ildefonso
(1796) y ligó la suerte de España a las aventuras de la política exterior
francesa. Esta alianza costó a España la liquidación de su escuadra en Trafalgar y Napoleón, utilizando las ambiciones de Godoy y la inepcia de la
Corte, ocupó Portugal e instaló sus tropas en las plazas fuertes y puntos
estratégicos de España. El motín de Aranjuez (19 de marzo de 1808) derrocó a
Godoy y provocó la abdicación de Carlos IV en favor de su hijo Fernando VII.
Napoleón trasladó a Bayona a la dócil familia real, mientras Murat ocupaba
Madrid haciendo caso omiso de la Junta de Regencia. Y el levantamiento popular
de Madrid, el 2 de mayo de 1808 fue la primera señal de la movilización general
del país por conseguir su independencia.
Cabe decir,
para completar este ligerísimo esbozo, que en el plano de las ideas, la España
tradicional del viejo régimen encontraba ya fuerte oposición, engendrada tanto
por la difusión (a despecho de la Inquisición) de las ideas de la Enciclopedia
y de la Revolución Francesa, como por las exigencias del desarrollo material
del país, más acusadas en las ciudades del litoral, cuyo comercio e industria
se habían desarrollado en los años precedentes a la guerra. Era la España
oficial la que estaba en bancarrota. Napoleón, informado por sus embajadores,
sólo creyó en la existencia de esa España e ignoró la verdadera España,
pletórica de energía y ansiosa de renovación.
Cuando llegó el
2 de mayo de 1808, la mayoría de la nobleza y del alto clero no ofreció
resistencia, el ejército regular permaneció en sus cuarteles. […] Entre los
grandes rasgos de este período histórico, su carácter popular ocupa lugar
preferente. Para situar esa apertura del siglo XIX español cúmplenos buscar
esos rasgos. Sobre todo, intentar comprender en qué medida significaba una innovación y cómo algunos
de ellos determinaron el planteamiento de los grandes temas en torno de los
cuales había de girar el siglo”.
Corresponden estos fragmentos al capítulo primero, “La
España de 1808” (pp. 25-65).
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