Caro Baroja: la Inquisición restablecida por Fernando VII
"Unas muestras significativas del ateísmo popular, casi doméstico, nos las dan las causas por delitos contra la fe de la época de Fernando VII, de cuando se restableció la Inquisición después de la guerra de la Independencia. El tribunal funcionó del modo más partidista que cabe imaginar, sirviendo miserablemente al poder político más que nunca lo había hecho y cebándose, claro es, en los afrancesados y liberales. Los procesos de los años que van de 1815 a 1820 son en su mayoría ridículos como <<temas intelectuales>>, trágicos como <<temas vitales>>. Cantidad de delaciones, alcahueterías, murmuraciones de comadres chismosas y de vecinos fisgones, fueron consignados por escrito, formándose a veces procesos colectivos o generales, a número considerable de personas que, de 1808 a 1813 o aún después habían dicho en público o en privado algo malsonante. El espíritu de delación que invade a los pueblos periódicamente adquirió entonces un carácter amenazador para cualquier hombre templado. Imagínese lo que ocurriría con aquellos que se habían dejado ir de la lengua, que no fueron pocos, por pura sandez, malhumor o desesperanza. [...] Por fortuna, muchos de los acusados habían huido. Otros quedaron <<empapelados>> sin más. He aquí, por ejemplo, a doña María Berasátegui, de veinticuatro años, natural de Navarra, que denuncia mediante escrito autógrafo a don Manuel Reinoso, su marido, por proposiciones ateas y epicúreas, entre las cuales estaba la de que Jesucritso era un impostor. Esto en el mismo año de 1814. He aquí a doña Ramona de Vivanco, delatando a don José de Vivanco, capitán el regimiento de Cantabria porque no oía misa y por haber afirmado que el trato de soltero a soltera no era pecado. En 1816 doña Josefa Vicencio Pérez delataba por su parte a Carlos N., enfermero del cuartel de Guardia de Corps porque había dicho que eso del fuego y las calderas del infierno lo decían los frailes para dar miedo a las mujeres sobre todo. [...]
En otras causas se percibe claro el afrancesamiento de los acusados. Militares, menestrales, empleados, frailes, desfilan en ellas. Son cortas por lo general y en gran parte sobreseídas, por falta de pruebas o porque denotan pasión tan fiera en los denunciantes que los mismos inquisidores, supervivientes algunos de los tiempos de Carlos IV y aún Carlos III, no se atrevían a actuar de modo tan violento como actuaron por su cuenta algunos prelados absolutistas. [...] Parece que se vivía entonces en una especie de orgía sangrienta e ideológica de la que la idea más directa nos la dan los dibujos y aguafuertes de Goya".
CARO BAROJA, Julio, De la superstición al ateísmo (meditaciones antropológicas), Madrid, Taurus, 1974, pp. 283-284.
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