Jordi Nadal: sobre la primera desamortización
“He señalado el
descenso de la renta de aduanas como uno de los principales causantes de las
dificultades de la Hacienda durante la primera mitad del siglo XIX. [...] Pone de manifiesto la incapacidad española
para cubrir, por la vía normal, las necesidades financieras del Estado moderno.
Al mismo tiempo
que apelan a los empréstitos nacionales y extranjeros, los gobernantes de
Madrid multiplican las emisiones de deuda. Pero el recurso al crédito se hace
con mayores dificultades cada vez, por la ausencia de líquido con que responder
de los capitales e intereses adeudados. [...] El remedio, remedio drástico,
hubo de ser la nacionalización, seguida de venta, de la propiedad de manos
muertas. Según los datos más fidedignos (los del Catastro de La Ensenada, de
mediados del siglo XVIII), la Iglesia sola concentraba el 14’73 por ciento de
todo el territorio de las veintidós provincias de Castilla y el 24’12 por
ciento del producto bruto de su agricultura entera; los municipios, una
extensión de tierras concejiles o comunales todavía mayor, aunque de inferior
rendimiento; la Corona, en fin, un pico no desdeñable de montañas improductivas
y de llanos de poca calidad. Esta enorme masa, a la que habría que añadir la
correspondiente al territorio de la antigua Corona de Aragón, fue confiscada,
nacionalizada y liquidada, por medio de la subasta pública, con el fin
primordial, aunque no exclusivo de poder amortizar la excesiva cantidad de
deuda en circulación. [...]
La primera
desamortización tuvo lugar durante los últimos años del reinado de Carlos IV,
entre 1798 y 1808. Las guerras de independencia de los Estados Unidos, de
España contra la república francesa y de España y Francia contra Inglaterra,
fueron causa de unos grandes desequilibrios presupuestarios, saldados
momentáneamente por medio de préstamos bancarios y, sobre todo, de emisiones de
vales reales, obligaciones del Estado con efectos liberatorios, reiteradas a
partir de 1780. [...] A medida que fueron proliferando, los vales se
despreciaron, con el resultado de colocarse difícilmente en el mercado. Para
allanar el obstáculo se creó, en febrero de 1798, una Caja de Amortización,
encargada de liquidar los préstamos, satisfacer los intereses de los vales y
reducir el número de los que circulaban. Para cumplir este programa, la Caja
exigió la dotación de fondos. Para obtener esa dotación, el monarca hubo de
hacer suyas las recomendaciones del secretario de Hacienda, Miguel Cayetano
Soler, y disponer: 1) que <<se enagenen todos los bienes raíces
pertenecientes a Hospitales, Hospicios, Casas de Misericordia, de Reclusión y
de Expósitos, Cofradías, Memorias, Obras pías y Patronatos de legos, poniéndose
los productos de estas ventas... en mi Real Caxa de Amortización [...]; 2) que
se vendiese, con el mismo fin, el resto de las propiedades de la Compañía de
Jesús, expulsada en 1767; 3) que también se ingresara en la Caja el producto de
la venta de los predios de los Colegios Mayores, así como sus demás caudales, y
4) que se permitiera a los titulares de mayorazgos y otros vínculos análogos la
enajenación de sus patrimonios rústicos, con tal de imponer el líquido obtenido
en la misma Caja, al antedicho interés del 3 por ciento”.
Los decretos
precedentes, que llevan la fecha de 19 de septiembre de 1798, tuvieron mayor
importancia de lo que se ha venido diciendo. En el curso de once años, hasta la
invasión napoleónica, la propiedad efectivamente desamortizada en virtud del
primero y del tercero habría afectado, en extensión, a la sexta parte de todos
los bienes raíces poseídos por la Iglesia en la Corona de Castilla [...] Los compradores
recibieron un estímulo considerable a partir de 1803, en que una real cédula
levantó la interdicción [...] de despojar a los arrendatarios o de aumentar los
precios de los arrendamientos. [...] Los antiguos inquilinos de las fincas
perdieron la protección legal, para quedar inermes ante las pretensiones de los
nuevos amos, impuestas unilateralmente. O someterse o emigrar. <<Las
exigencias fiscales del gobierno iban venciendo los deseos de crear una masa de
pequeños labriegos industriosos e independientes. Al contrario, serían en
adelante los pobres arrendatarios lo que pagarían las necesidades de la
Corona> [R. Herr]. Un precedente que había de pesar hondo sobre la evolución
futura”.
Jordi Nadal, El fracaso de la revolución industrial en
España, 1814-1913, Barcelona, Ariel, 1975, pp. 54-58.
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